Entre el lodo y la soberbia: la visita que exhibió a Sheinbaum

Entre el lodo y la soberbia: la visita que exhibió a Sheinbaum

La escena en Poza Rica quedó grabada como un diagnóstico brutal: no era solo lluvia ni solo inundaciones, era la distancia entre quienes gobiernan y quienes sufren. La presidenta llegó escoltada, con militares alrededor y un micrófono en mano, y la respuesta popular no fue aplauso sino preguntas urgentes, gritos y acusaciones de abandono. Ese simbolismo —el poder protegido, la gente desprotegida— no es accesorio: define cómo se entendió su visita desde el primer minuto.

En vez de bajar del podio para atender de verdad, la imagen fue la de una funcionaria que intenta administrar la percepción. “No se va a ocultar nada”, repitió; sin embargo, para muchos la gira pareció más un control de daños que una acción de auxilio. Decir que “se atenderá a todos” suena bien en un tuit o en un micrófono, pero no consuela a quienes llevan tres días metidos en agua y lodo esperando un camión, una pala o una balsa que los saque. Los damnificados piden respuestas concretas, no declaraciones.

Peor aún: cuando las preguntas subieron de tono —cuando un joven exigió ver fotos de compañeros desaparecidos— la respuesta no fue explicación ni empatía, sino palabras cortas, gestos de impaciencia y la decisión de marcharse cuando la presión subió. Marcharse ante la rabia de la gente es, en sí mismo, un mensaje: la incomodidad del poder pesa más que el mandato de escuchar y gestionar la emergencia. Ese retiro prematuro no es logística, es apropiación del espacio público por parte de quien viene a filmar la “visita” y no a resolver.

La protección militar alrededor de la comitiva acentúa la sensación: no vino a mezclarse entre vecinos, vino a ser resguardada. Cuando las fuerzas del Estado se usan más para aislar al gobernante que para facilitar el acceso de la ayuda a los afectados, algo está fallando en la concepción misma del servicio público. La seguridad que la protege contrasta con la vulnerabilidad de la población, muchas comunidades todavía incomunicadas y sin servicios básicos tras las lluvias.

Esto no es sólo culpa de la meteorología. Es también consecuencia de decisiones administrativas: alertas tardías, cancelaciones de clases discutibles, falta de logística preventiva y una coordinación que, según denuncian vecinos, no llegó a tiempo. La retórica del “imprevisto” suena a excusa cuando en otros episodios similares sí hubo medidas más tempranas y efectivas. La ciudadanía no perdona la improvisación cuando paga con casas, escuelas y vidas.

La palabra “empatía” se gasta rápido si no viene acompañada de hechos: maquinaria para quitar lodo, equipos de rescate en las zonas aisladas, provisión inmediata de agua y alimentos, y un censo real y transparente de desaparecidos. Lo que ocurrió en Poza Rica fue la fotografía de un liderazgo que prioriza la escena sobre la solución —la pose sobre el trabajo— y eso erosiona la confianza pública. Las promesas resonaron en la plaza, pero las manos siguen ocupadas con cubos y palas.

En política, los gestos importan tanto como las políticas. Una visita tiene que ser primero una herramienta para resolver, no un set para mostrar preocupación. Si el gobierno quiere recuperar legitimidad tras estas imágenes, tiene que dejar de actuar como si bastara con aparecer y decir que “todo se atenderá” y empezar por rendir cuentas con datos claros, coordinar la logística que hace falta en lo inmediato y abrir canales reales de comunicación con las comunidades afectadas —escuchar de verdad, no ordenar silencio por micrófono.

La conclusión es simple y dura: cuando la gente sale a la calle a pedir auxilio y lo que reciben son discursos y cuidados al ego, el divorcio entre poder y pueblo se vuelve irreversible. No se trata de construir una narrativa en contra; se trata de exigir que, en medio de la emergencia, la prioridad sea la vida y el bienestar, no la foto que quedará en los titulares. Si no cambia ese enfoque, las próximas postales serán más dramáticas y la pérdida de confianza, más profunda.

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