Las disculpas obligadas a Noroña

El episodio reciente entre Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, y el abogado Carlos Velázquez de León no es un simple escándalo político: es un reflejo claro de cómo el poder en una dictadura exige sumisión pública y castigo ejemplar. Aunque Velázquez ya había ofrecido una disculpa por escrito, Noroña condicionó retirar la demanda a cambio de una disculpa pública —un acto que recuerda más a los rituales de humillación de los regímenes autoritarios que a un Estado de derecho.

El evento no fue casual: se llevó a cabo en la Sala de Juntas del Senado, con la intención de tener cobertura mediática. Pero al no encontrar los reflectores que esperaba, Noroña se molestó:

Yo pensé que había más medios”, se quejó, como quien monta un espectáculo y ve vacías las gradas.

La escena, que buscaba proyectarlo como figura respetada, terminó desnudando su verdadera obsesión: la sumisión y el control narrativo. Cuando recibió críticas por su sed de protagonismo, respondió con el lenguaje típico del poder autoritario:

A los fascistas les hizo mucha mella la disculpa pública”, escribió en redes, como si disentir con él fuera sinónimo de ser enemigo del pueblo.

Pero esto va más allá de su ego: es una muestra del rumbo autoritario que vive el país. Hoy en México, quien confronta al poder no enfrenta debate, sino represalias legales, linchamientos mediáticos y exigencias públicas de arrepentimiento.

Así funciona una dictadura moderna: no con tanques en la calle, sino con líderes autoritarios vestidos de demócratas, que hacen del Estado su plataforma personal y del disenso una ofensa imperdonable.

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