Raquel Buenrostro y la 4T asaltan descaradamente a la ética en la Función Pública

Raquel Buenrostro ha dado una clase magistral, pero no de liderazgo, sino de cómo despachar a su equipo de confianza con una mezcla de ironía y cinismo que deja poco espacio para dudas sobre las prioridades del gobierno de la 4T. En un acto que algunos podrían catalogar como “brutal eficiencia” y otros como una clara muestra del amiguismo rampante, la nueva secretaria de la Función Pública convocó a personal de confianza en funciones. Lo que ocurrió después merece un análisis a detalle, porque no es simplemente una decisión administrativa, sino un síntoma de algo mucho más profundo.

Con una puesta en escena digna de un drama político, Buenrostro empezó su discurso con un tono conciliador y hasta halagador. Reconoció el desempeño, la experiencia y el profesionalismo de sus colaboradores, generando entre los asistentes una falsa sensación de seguridad. Cada palabra parecía un elogio bien calculado, diseñado para que los presentes bajaran la guardia. Pero como en toda tragedia griega, la caída llegó rápido y sin aviso.

De pronto, la secretaria soltó la bomba: todos debían presentar su renuncia. Sin preámbulos ni explicaciones iniciales, los dejó atónitos. Algunos, en un esfuerzo por entender lo que acababa de suceder, se atrevieron a preguntar la razón detrás de tan drástica decisión. Y aquí es donde la situación dejó de ser simplemente polémica para convertirse en grotesca. Buenrostro, sin el menor asomo de vergüenza, explicó que el verdadero motivo no tenía nada que ver con méritos, desempeño o reestructuración administrativa. “Es que allá en Economía, Marcelo corrió a toda mi gente y no tengo dónde colocarla, por eso necesito sus puestos”, declaró con una franqueza brutal que no hizo más que confirmar lo que muchos temen: en este gobierno, los méritos profesionales valen poco frente al acomodo de amigos y aliados.

El episodio no solo expone la práctica descarada de utilizar las instituciones como refugio para los cercanos, sino que también ridiculiza las promesas de austeridad, profesionalización y combate a la corrupción que tanto pregona la 4T. Lo más irónico es que esto ocurre en la Secretaría de la Función Pública, una dependencia que, en teoría, debería velar por la transparencia y la ética en el servicio público. Sin embargo, bajo la dirección de Buenrostro, parece que los principios éticos quedan en segundo plano frente a las necesidades políticas y personales.

El desenlace de esta historia deja un sabor amargo. Por un lado, profesionales con experiencia y compromiso quedan fuera de sus cargos, no por incompetencia o fallas, sino simplemente porque la nueva jefa necesitaba espacio para su propio círculo. Por otro lado, se manda un mensaje desolador a la ciudadanía: la retórica de cambio y justicia social de este gobierno no es más que eso, retórica. Cuando llega el momento de actuar, los principios parecen ser lo primero que se sacrifica.

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